Por un verano feliz

El año pasado por estas fechas dijimos mucho aquello de que iba a ser un “verano atípico” o “un verano diferente”. Como si hubiera habido algo que se pudiera entender por “típico” o “normal” desde que la pandemia sacudió nuestras vidas.

Pero sí, hace un año sabíamos que nos aproximábamos a un verano extraño, aunque en nuestra cabeza no cabía aún la idea de que la cosa se alargaría tanto. Cuando se suspendieron las fiestas de primavera de nuestros pueblos, dijimos que las de este año serían mucho mejores. Cuando se suspendieron todos los eventos del verano pasado, pensamos que las fiestas mayores de este año serían más grandes que nunca. Y ahora, con las fiestas de verano suspendidas de nuevo, nos aferramos a la idea de que el proceso de vacunación nos devolverá a la normalidad que antes no sabíamos que existía, pero que ahora tanto añoramos.

Por supuesto que es lícito y reconfortante pensar que lo que venga va a ser mejor y que las cosas se van a ir arreglando por fin. Pero no nos pasemos. Porque el mañana no nos pertenece y tampoco sabemos cómo va a ser. Porque mientras se espera vivir, la vida pasa. Y porque del mismo modo que no podemos respirar por mañana tampoco podemos disfrutar de lo que está por venir.

Por eso, no importa que este verano que comienza no vaya a ser todo lo normal que nos gustaría. Porque nada es ni ha sido nunca como idealmente queríamos que fuese. Así que exprimamos cada momento, cada cosa que hagamos, como si de ella dependiese nuestra vida.

Porque, aunque vivimos en un mundo en el que hay mucha gente que ha adquirido la mala costumbre de ser infeliz, lo verdaderamente cierto es que cada uno es tan infeliz como cree ser.

Esther Aniento. Periodista. Coordinadora de Zafarache.