Por un 2022 de muchos buenos momentos

El otro día leí que ‘echar de menos’ es bueno, más de lo que pueda parecer, porque nos hace darnos cuenta de muchas cosas que antes nos pasaban desapercibidas. Algo de esto nos está pasando con esta pandemia en la que tanto ansiamos la ‘vuelta a la normalidad’, como si aquella ‘normalidad’ añorada se correspondiera con un tiempo en el que alcanzamos la felicidad absoluta sin saberlo. Lo cierto es que ahora mismo estamos en tal punto de encabronamiento colectivo, que esto hace que al 2022 solo le pidamos que sea mejor que el 21. Un deseo que algunos ya verbalizamos en diciembre de 2020 y que -visto lo visto- nos ha salido regular.
Todos solemos tener ganas siempre de acabar el año y empezar el siguiente, como si el cambio de dígito fuera un ‘clic mental’ que pudiera dejar aparcado lo malo en el año viejo y verter todas nuestras expectativas en un año nuevo lleno solo de cosas buenas. Por supuesto, esa expectativa irreal suele durarnos poco. En el mejor de los casos, unos días (hasta la primera cosa que se nos tuerce) y, en el peor, se esfuma con el sonido de la última campanada.
Y es que, no nos engañemos, aspirar a tener un año completo (sea 2022 o cualquier otro) en el que todo sea bueno y bonito es imposible. Un año es demasiado tiempo y siempre, siempre, siempre sucederán muchas cosas -a nivel personal y a nivel colectivo- que empañen nuestras expectativas iniciales y nos lleven a pronunciar de nuevo alguna manida frase del estilo: “Yo pensaba que el año pasado había sido malo, pero al final resulta que este va a ser peor…”
Tal vez lo que nos sucede es que tenemos guardado en nuestro subconsciente colectivo ese final de todos los cuentos infantiles en el que no importaba lo chunga que hubiera sido la historia porque, al final, todo se apañaba y todos “vivían felices para siempre”. Aspirar a eso -a la felicidad duradera o permanente-no solo nos supone una fuente de frustración constante, sino que nos impide valorar y disfrutar todos esos momentos buenos que todos los años tienen. (Todos. Hasta esos años que acabamos etiquetando como ‘años de mierda’ y solo queremos que acaben).
Porque, al final, la vida no es otra cosa que una colección de buenos momentos amontonados en nuestra memoria. Y de saber aprovechar esos momentos (o no) depende la felicidad real a la que todos podemos aspirar.
Por eso, la felicidad no se mide en años nuevos o viejos, se mide en momentos. En momentos de risas sonoras y despreocupadas, de besos de verdad, de abrazos cómplices, de charlas que hacen que el reloj no importe, de planes improvisados, de ilusión por volverse a ver, de ‘te quieros’ que no necesitan respuesta. Y, también se mide en todos esos momentos (convertidos en horas) en los que las personas que nos quieren nos acompañan para convertir los peores momentos en cosas que ya pasaron.
Así que os deseo que este 2022 tengáis muchos momentos buenos para seguir engordando la colección de vuestra memoria.
Esther Aniento, periodista. Coordinadora de Zafarache