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El premio de darse oportunidades a uno mismo

Tenis

Vaya por delante que a la que suscribe estas líneas no le gusta el tenis. No sé bien cómo va el tema de los sets -ni cuando son normales ni cuando son definitivos- y tampoco sé lo que es una bola de break o romper un servicio. También es cierto que el tenis me aburre bastante, así que tampoco he dedicado nunca demasiados esfuerzos a enterarme de lo que es cada cosa. Con esto que os digo, os podéis imaginar que el pasado 30 de enero no vi las 5 horas y media que duró la final del Open de Australia. Y, sin embargo, cuando me enteré de la forma en la que había ganado Rafa (qué curioso es eso de que todos lo tratemos a menudo por el nombre de pila, como si fuera el colega con el que quedamos a tomar vermú los domingos) no pude evitar emocionarme.

Después de perder dos sets (sea lo que sea eso), un sistema de inteligencia artificial usado por una cadena que retransmitía el partido, le dio al ruso Medvedev un 96% de probabilidades de ganar, frente al 4% que le otorgó a Nadal. El español se enfrentó a un jugador diez años más joven que él, después de pasar un mal covid y con el escafoides del pie izquierdo roto, una lesión incurable que le hizo pensar en la retirada hasta solo un par de semanas antes del inicio del torneo. “No recuerdo la última vez que jugué sin dolor”, ha declarado después.

Una sola de estas razones hubiera sido motivo suficiente para abandonar y, sin embargo, él remontó y le dio la vuelta al partido. El triunfo de la voluntad frente al poderío de las máquinas y sus probabilidades.

No es la primera vez que Rafa enseña al mundo esa dureza mental, una fortaleza que, sin duda, no es fruto de la casualidad, sino del trabajo diario. “Claro que tenía miedo. El partido se había puesto muy difícil, pero traté de evitar ese pensamiento; siempre confío en que seguiré teniendo oportunidades”, explicaba tras su triunfo.

Y es que, en tenis, como en la vida, la fe no es una estampita que colocas en un altar y sobre la que te pones a rezar. Por eso, detrás de este triunfo de Nadal hay más actitud que aptitud. Más trabajo que épica. Más esfuerzo y confianza en uno mismo que suerte. “No me alegro demasiado cuando las cosas van bien, ni me vengo abajo de golpe cuando las cosas van mal, porque creo que hay que aceptar con la misma tranquilidad los momentos buenos y malos. Lo importante es esforzarse a diario y ‘autoobligarse’ a hacer las cosas bien”, afirma.

Por eso, más allá de sus indudables logros, que lo harán pasar a la historia como uno de los mejores deportistas de todos los tiempos, la lección que todos deberíamos imitar de Rafa no tiene nada que ver con el tenis, sino con algo mucho más complicado: con la capacidad para seguir concediéndonos oportunidades a nosotros mismos. Incluso cuando todo parece perdido.

Esther Aniento. Periodista. Coordinadora de Zafarache

 

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