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“Tiempos interesantes”

Guerra

Imaginad que, en febrero de 2020, alguien os hubiese dicho: “Se vienen dos años de pandemia global con millones de muertos. Cuando acabe la pandemia, empezará una invasión militar en Europa. Y, entre medias, asaltarán el Capitolio, se vivirá la mayor nevada en 50 años y erupcionará un volcán en La Palma”.

Dicen que la ficción, para ser buena, tiene que ser creíble, y -me temo- que si un escritor hubiese presentado a una editorial el relato fehaciente de lo ocurrido en estos dos últimos años, su trabajo nunca hubiera llegado a convertirse en novela. Ni aun en el género de literatura fantástica.

Y es que la convulsión de estos tiempos es tal que nos impide asimilarlos. Te acuestas un día con el Partido Popular abierto en canal de forma repentina e impredecible, y te levantas a la mañana siguiente con la noticia de que Rusia ha invadido Ucrania. Eso sí, en un giro impredecible de ese guión que nunca hubiera llegado a ser novela, todos los españoles de bien podemos sumar ahora una materia más en la que poder opinar con contundencia y vehemencia. Ya éramos politólogos, epidemiólogos y vulcanólogos. Pero ahora podemos sumarle a nuestro currículum el título de expertos en geoestrategia. Y todo ello en solo dos años. Para que luego digan que los planes de estudio de ahora no son tan buenos como los de antes.

Y no es lo único que se sigue pareciendo a lo de antes. Yo siempre había pensado que la guerra global del siglo XXI sería cibernética o no sería. Pero resulta que se parece bastante a la del siglo XX. Y -aunque no se puede subestimar la capacidad de sensibilización que cualquier ciudadano tiene ahora para contar historias en primera persona, desde el centro mismo de la tragedia, y subirlas a sus redes sociales- lo cierto es que la guerra de este siglo no se libra en el metaverso, sino que tiene muertos y causa dolor, no solo entre quienes combaten, sino en toda la población. Igual, igual que esa guerra de la que nos hablaron nuestros abuelos.

Los derechos humanos son una de las aportaciones fundamentales de la humanidad para acabar con la barbarie. Y la guerra siempre supone una negación de esos derechos. Incluso entre quienes formalmente la ganan, se produce un inevitable proceso de brutalización. Porque la primera víctima de las guerras siempre es la verdad. Y cualquier guerra es el marco perfecto para la manipulación, el fanatismo, la incitación al odio y la justificación del exterminio ajeno.

Las relaciones entre Rusia y Ucrania en los últimos años pueden ayudar a entender lo ocurrido, pero en ningún caso pueden justificar una invasión armada, porque cualquier conflicto existente debería ser resuelto de forma pacífica y sin acciones de guerra que sacan, invariablemente, lo peor de la especie humana.

Por eso, deberíamos dejar de fijarnos en superficialidades y debates absurdos. Da igual que Putin sea comunista o ultranacionalista de extrema derecha.

Y da igual porque no hay masacres buenas y masacres malas, y porque el rechazo a la guerra es un imperativo categórico que está -o debería estar- por encima de simpatías o antipatías hacia países concretos.

El otro día leí que los chinos tienen un dicho cuando quieren desearle a alguien mala suerte: “Ojalá vivas en tiempos interesantes”, dicen.

Pues, sin ánimo de contradecir ni enfadar a los chinos, mi deseo más profundo en estos momentos es que “el interés” de estos tiempos disminuya mucho y cuanto antes.

Esther Aniento. Periodista. Coordinadora de Zafarache

 

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