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Solo un apocalipsis a la vez, por favor

Atrapasueños

No sé vosotros, pero yo siempre he sido muy de resolver cosas en sueños.

En mi etapa estudiantil, cuando tenía un examen, soñaba que repasaba e incluso que contestaba -escribiendo acelerada- a las preguntas que habían caído en el mismo. Más tarde, ya en mi etapa laboral, he escrito muchas noticias mientras dormía que, por supuesto, no estaban escritas cuando despertaba. No sé si eso que me pasa es algo común al resto de los mortales o solo es fruto de mi carácter obsesivo. Pero bueno, también dicen que soñar regula nuestro pensamiento, que si no soñamos nos volvemos locos y que las personas psicóticas no sueñan, así que el hecho de hacerlo quiero pensar que me convierte, al menos, en una persona de equilibrio aceptable. Por ahora.

El caso es que hace un par de días me acosté con la esperanza del proceso de paz en Ucrania en la cabeza. Pero lo que soñé fue que Putin bombardeaba territorio OTAN y no solo la negociación de paz saltaba por los aires, sino que la tensión aumentaba y nos abocaba a una situación mucho peor. Porque, no sé si lo sabéis, pero las situaciones, por malas que sean, siempre, siempre pueden empeorar. Así que mi consejo es que no se os ocurra nunca retar a Dios o al destino (en lo que cada uno crea) diciendo que ha tocado fondo o que ya nada puede salir peor. Porque la realidad siempre suele ser capaz de sorprendernos.

Pero mejor vuelvo al tema. Estaba yo preocupadísima en mi sueño pensando en que la Tercera Guerra Mundial era inminente e irremediable cuando sonó el despertador. Extendí el brazo y lo paré en medio de una gran confusión. No sabía discernir hasta dónde era cierto lo que acababa de soñar. A los pocos segundos llegué a la conclusión de que aquello no había sido real, igual que esas noticias escritas en sueños, que nunca me sirven para tener trabajo hecho a la mañana siguiente. Sentí una gran sensación de alivio. Pero, a continuación, caí en la cuenta de que todo lo demás seguía siendo cierto: había guerra, había mucha tensión y lo único en lo que se había extralimitado mi sueño es en dar por buena lo que sigue siendo una posibilidad, la peor de todas ellas.

En su momento me pasó lo mismo con la pandemia. Despertaba por la mañana y quería creer que había tenido una pesadilla absurda. Y al momento me daba cuenta de que no, de que era cierto que no podía salir de casa porque un virus que aún no se sabía a ciencia cierta cómo se transmitía asolaba la humanidad y provocaba miles de muertos al día a los que ni siquiera se podía acompañar en sus últimos momentos.

Y, sin embargo, ahora, la pandemia, nuestra mayor preocupación durante los últimos dos años, aun sin haber terminado, ha abandonado la mente de la mayor parte de occidente, sustituida por una guerra que ha desatado una nueva crisis global.
Nos hemos metido, como sociedad, en una dinámica de excepcionalidad constante, y da la sensación de que todo tenga que ser “más” de que lo nunca ha sido: la pandemia más grave, la nevada más copiosa, la erupción más virulenta, la sequía más acuciante, la inflación más disparada y la mayor crisis humanitaria.

Pero lo cierto es que lo único que convierte a la pandemia en “la más grave”, a la nevada en “la más histórica”, a la erupción en “la más virulenta”, a la sequía en la “más acuciante”, a la inflación en la “más disparada” y también a la crisis humanitaria en la “más importante” es que lo estemos sintiendo en nuestras propias carnes. Ha habido más pandemias, erupciones, sequías, inflaciones y también muchas otras crisis humanitarias igual de graves que no han merecido ni la preocupación de occidente, ni un hueco en las portadas, así que tal vez sea el momento de afrontar con entereza los tiempos que nos ha tocado vivir -con sus pros y sus contras- y dejar de superponer apocalipsis uno encima de otro, creo que con uno por vez nos vale. De lo contrario, corremos todos riesgo de brote psicótico. Y ya he dicho que las personas psicóticas no sueñan. ¿Y puede haber algo peor que dejar de soñar? 

 

Esther Aniento, periodista. Coordinadora de Zafarache

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