Una jota desde el más allá
Justo el día en el que se cerraba la edición de junio de Zafarache, el día en el que intentaba cuadrar todos los textos y las fotos en un espacio más reducido de lo que debería ser, el día en el que intentaba por todos los medios no tener que regalar una lupa con este número del periódico para que los lectores pudieran ver bien las fotos (que se hacen más pequeñas cuanta más falta de espacio hay), justo ese día -decía- me enteré del fallecimiento de Manola Pallás y, aunque la falta de espacio me impidió incluir el obituario que se merecería, no pude evitar pensar en ella cuando me puse delante del folio en blanco para escribir este editorial.
El que fuera portavoz y vicepresidente del Gobierno de España, Alfredo Pérez Rubalcaba, decía siempre con sorna que “en España se entierra muy bien”. Y ni siquiera él, que fue blanco de fortísimas críticas y acusaciones en vida, se libró de tal honor, ya que, tras su repentina muerte en 2019, hasta sus más fervientes adversarios políticos -todos. Y eran muchos- se apresuraron a destacar su respeto y admiración por “una de las figuras más importantes de la historia reciente de España” (esto último en palabras del expresidente Mariano Rajoy).
Pero, aunque sea muy cierto eso de que en España tendemos a resaltar lo bueno de los que se han ido cuando ya no están, hay personas que tienen la capacidad especial de acaparar todo ese cariño ya en vida. Por su manera de ser, por su manera de tratar y por la pasión y dedicación que le ponen a todo lo que hacen.
Por eso, mis palabras a Manola no tienen que ver con el hecho de que ya no esté, sino más bien con el cariño con el que me trató las dos veces que la entrevisté y, sobre todo, con la profunda admiración que me despierta que alguien se dedique en cuerpo y alma a aquello en lo que cree.
Manola fue una gran dinamizadora cultural de su pueblo, Quinto. En los años 80 su inquietud y su iniciativa la llevaron a ser una de las primeras mujeres concejales de la era democrática en España, pero, sin duda, su gran labor siempre fue unida a su gran pasión: la música. Trabajó para recuperar la banda municipal de la localidad y fue una de las artífices de la fundación de la Escuela Municipal de música de Quinto, aunque su gran lucha giró siempre en torno a la recuperación de la jota baja de Quinto. Durante décadas, Manola enseñó en sus clases de baile a bailar esta jota a las nuevas generaciones, y se preocupó de que quedara escrita en una partitura para que se pudiera tocar. Además, fruto de su ardua investigación sobre las historias y la música de Quinto, publicó dos libros, uno sobre cantos tradicionales y otro llamado ‘Recordando nuestra indumentaria y costumbres en Quinto’. Estos trabajos, que recopilan historias del municipio, músicas, vestimentas y transcripciones de más de 150 partituras, seguirán permitiendo, en su ausencia, que esta parte de la historia local de Quinto no se pierda.
Por todo esto, por el gran regalo que le deja a su pueblo y por la pasión que desprendía, descansa en paz, Manola, que allá donde estés puedas enseñar a bailar la jota con el mismo garbo que enseñaste a muchas generaciones de quintanos y quintanas.
Esther Aniento. Periodista. Coordinadora de Zafarache.