El milagro de la visibilidad

El cariño que se le tiene a Zafarache dentro de la comarca Ribera Baja es indudable. Solo así se entiende que goce de tan buena salud 100 números después de su comienzo. Pero hemos querido aprovechar esta cifra redonda para dejar que ese cariño nos llegue también desde fuera. Por eso les hemos pedido a cuatro periodistas aragonesas de raza que usen su extraordinaria pluma para hablarnos de los medios locales como el nuestro. Así que ahí va la segunda de las cuatro estupendas reflexiones que han escrito para nosotros, la de Eva Hinojosa, periodista de Aragón TV y directora de un nuevo programa sobre despoblación que comenzará a emitirse en julio en la televisión autonómica, cuyo programa piloto se grabó en Velilla solo unos días antes de decretarse el Estado de Alarma.
Trabajar en la televisión autonómica me ha permitido tener una perspectiva privilegiada de la realidad aragonesa, alejada del ruido de la actualidad que tantas veces nos impide escucharnos a nosotros mismos. En este tiempo he sido testigo de una especie de milagro -que no ha sido por desgracia el de multiplicar la población-; yo lo llamo el milagro de la visibilidad. Nuestra tele nos ha permitido ponernos en el mapa, conocernos, reencontrarnos con nuestros orígenes y lo que es más importante, sentir orgullo de lo nuestro. Ese don de la visibilidad lleva años ejerciéndolo Zafarache, una auténtica argamasa que os ha unido aún más como comarca y demostrado que hay mucha vida en vuestros pueblos, aunque sean pequeños, aunque creáis que en ellos nunca pasa nada.
De los 731 municipios que integran Aragón, una tercera parte tiene menos de 100 habitantes. Cifras duras, sí, pero incapaces de hacernos entender la realidad, que es aún más cruda. Hay que ir a los pueblos en invierno para darse cuenta de que cada vez hay menos casas abiertas y más escuelas cerradas. Esos pueblos de fin de semana e interminables noches de verano, rebosantes de algarabía, chapuzones de piscina y comidas populares son espejismos que se desinflan los domingos por la noche, cuando los hijos y nietos vuelven a la ciudad en la que viven. Cuando los coches desaparecen por la carretera, esos pueblos se funden a negro.
Como a casi todo, pusimos nombre a este fenómeno que viene desangrando nuestra Comunidad desde la mitad del siglo pasado. Vacía, vaciada. Sí, la despoblación que tan bien conocíamos ya tiene etiqueta; es tema de tertulias y de reportajes incluso en los medios internacionales. El problema ya tiene nombre, pero nadie acierta a darle solución. Mientras tanto, en nuestros pueblos la vida sigue. Alguien lleva el pan y abre a duras penas una tienda; alguien traslada a los mayores al centro de salud; alguien arregla una casa y la destina a turismo rural; alguien se empeña en seguir adelante con su explotación ganadera o su pequeña empresa artesana,... Todos esos alguien, que tal vez parezcan pocos, son el corazón que bombea vida a nuestros pueblos; personas anónimas -aunque en cada lugar saben muy bien quiénes son- cuyo arraigo y amor por su tierra es mayor que el desaliento, ése que tantas veces les tienta a tirar la toalla. Días antes de que se decretase el estado de alarma estábamos preparando un nuevo formato de televisión, y estuvimos grabando en Velilla de Ebro. Allí encontramos a esos anónimos de los que os hablaba antes, mujeres y hombres de todas las edades que cada día tiran de imaginación y de ganas para que su pueblo siga en pie. Los velillenses nos demostraron con creces lo que es el arraigo por su pueblo y también, la resistencia.
Durante años, hemos denostado a los pueblos. Sí. Nosotros. Las segundas y terceras generaciones dimos la espalda a nuestros pueblos de procedencia. En las flamantes ciudades “ser de pueblo” nos colocaba en un rango inferior y se menospreciaba a quienes elegían vivir y trabajar en el campo. El pueblo parecía el lugar de los que no querían o no sabían progresar. No es algo tan lejano, en una clase de primero de periodismo en Madrid con más cien alumnos de toda España, al saber que había otra alumna de Aragón acudí a saludarla; a tantos kilómetros de casa sentía esa necesidad. La persona en cuestión no me dio pie a entablar siquiera una conversación. Cuando supo que no vivía en la capital me cortó aludiendo a que solo quería conocer a gente del centro. Es una anécdota, pero entonces, en los noventa, ser de pueblo, queridos y queridas lectores de Zafarache, era un estigma.
Afortunadamente, unos cuantos años después he asistido al reencuentro entre pueblo y ciudad, he saboreado el triunfo de la vuelta a los pueblos de los hijos pródigos. En los pueblos todo era mejor, el pan, el aire, el agua,… ¡por fin se dieron cuenta! Quiero creer que en este fenómeno ha tenido algo que ver nuestra televisión autonómica que ya desde sus primeras emisiones en 2006 no ha dejado ni un solo día de acercarse a nuestros pueblos y ha contado desde el primer minuto con el apoyo de la audiencia.
Antes del Covid 19, lo que ahora parece una eternidad, la España interior alzó su voz para pedir atención, para alertar de que el mundo tal y como lo conocíamos se iba a disolver como un azucarillo en el café y no le hicimos caso. Desde la gran urbe, el exceso de ombliguismo nos impidió entender el mensaje. Los pueblos se morían y nosotros estábamos preocupados por las ofertas de Amazon o las series de Netflix. Tal vez esta pandemia nos sirva para recapacitar y valorar otra forma de vida, en la que los pueblos y el sector primario alcancen el puesto de honor que merecen. Tal vez a esa nueva normalidad hacia la que esperamos llegar pronto también se le ponga un nombre, y seguro que de todo ello os informaréis, como siempre, en Zafarache. Ese periódico que cada primero de mes llega puntual a vuestras manos, para convenceros de que en vuestros pueblos sí que pasan cosas, y hacerlas visibles. Enhorabuena por estos primeros 100.
Eva Hinojosa, periodista