2022: ¿Fue el mejor de la trilogía?

No ha sido un año fácil. Tanto es así, que, cuando Rusia invadió Ucrania en febrero y los equilibrios mundiales se volvieron del revés, leí un chiste que decía:
-¿Qué tal 2022?
-¡El mejor de la trilogía!
Y es que, después de dos años de pandemia y de la llegada de la vacunación masiva, todo apuntaba a que 2022 iba a ser el año de la recuperación y de la vuelta a la normalidad (sea lo que sea eso). Pero no. Desde 2020 vivimos dentro de una serie en la que el equipo de guionistas se debe meter algo muy fuerte en vena, no cabe otra explicación lógica.
2022 ha sido, por encima de todo, el año de la guerra. Y también el de la inflación, el de la subida de los tipos de interés a cifras que ya habíamos olvidado, el del miedo a la factura de la luz o del gas, el del Mundial de la vergüenza, el de las eternas olas de calor, el de la muerte de Isabel II y de Pelé, el de la retirada de Serrat, el de saber cómo suena un agujero negro y, sobre todo -guerras aparte- el año de volver a abrazarnos. Sin miedo y sin mascarilla.
Y ahora -cuando una salvaje ola de Covid en China devuelve la pandemia a la primera plana de los periódicos y comenzamos a horrorizarnos con la posibilidad de un ‘déjà vu’- llega un nuevo año. Y no sabemos si será mejor o la continuación de una saga surrealista.
Eso sí, estos días, como hemos hecho siempre, dedicamos mucho más tiempo del habitual a intercambiarnos buenos deseos con propios y extraños: “Si no nos vemos antes, Feliz Año!”, solemos decir para acabar una conversación. Y da igual que esta sea con nuestro hermano, con nuestra mejor amiga, con la carnicera o con el que viene a tomar la lectura del contador del gas. Estamos en esos días del año en los que todo son buenos deseos para el resto y grandes propósitos para nosotros mismos. Y me parece bien. Ya habrá tiempo de bajar las expectativas. De abandonar todas nuestras ansías de paz, amor, estabilidad y dinero y pasar a conformarnos con que el nuevo año no tenga forma de pandemia desconocida o de guerra al borde de lo nuclear.
Pero hoy eso todavía no toca. A 30 de diciembre (día en el que escribo esto) todavía es tiempo de buscar motivos para ser optimista. Y sí, ya sé que la mayoría de la gente cree que el mundo va para atrás y que nos dirigimos hacia el caos. Pero, como es 30 de diciembre, hoy todavía puedo deciros que eso no es cierto, que el mundo no empeora, que mejora. Aunque eso no significa que se un lugar perfecto. Ni siquiera un buen lugar. Tenemos hambre, guerras, enfermedades e injusticias. Es cierto. Una minoría de la población acapara la mayor parte de la riqueza. También lo es. Pero, aún así, el mundo avanza. Y os lo voy a demostrar.
En este 2022, más del 80% de los polacos cambiaron de actitud y apoyaron acoger a más de 2 millones de ucranianos. En 2022, la mortalidad infantil a nivel mundial siguió reduciéndose. En 2022, las vacunas siguieron salvando vidas y se desarrollaron otras nuevas que podrán hacerlo en el futuro. En 2022, la pena de muerte se abolió en cinco países. En 2022, una reacción de fusión nuclear produjo más energía de la que entró en ella. Y eso podría llegar a ser la solución al problema energético. En 2022, se descubrieron las células malignas que provocan la metástasis, responsable del 90% de muertes por cáncer. En 2022, llegaron nuevos medicamentos contra la obesidad y se produjeron grandes avances para tratar enfermedades devastadoras como el alzhéimer o el párkinson.
Y en 2023, vendrán a este loco mundo millones de bebés concebidos en el 2022. Porque, pese a todo lo malo, que no es poco, 2022 también ha tenido mucho de bueno.
Así que, sí, el mundo avanza. Centrémonos en eso. Sigamos caminando.
Esther Aniento, periodista